Colaborador de la Verdad. Testimonio Vocacional.
17:53
Mi
testimonio vocacional
No es sencillo hablar de lo vivido en mi proceso
vocacional, son muchas experiencias que siendo personales en ocasiones escapan
a la lógica que nos ofrece el mundo, pero que para Dios es fáctico, es posible.
Parafraseando el versículo del evangelista San Marcos (1,20) diría que el
Señor me llamó y dejándolo todo le he seguido, o por lo menos eso traté en mi
tiempo de discernimiento vocacional en el Seminario. El hecho de haber entrado
al seminario no aseguraba para nada que vaya a ser sacerdote, allí se está para
purificar la intención, para que esta decisión de seguir al Señor sea diáfana y
pura, que esté impregnada de una recta intención, para así radicalizar el
seguimiento a aquel que me ha llamado al sacerdocio ministerial.
Conocí al Señor en el seno de mi
familia que a pesar de no ser participante activa de la vida y fe eclesial,
vive una diluida religiosidad popular pueblerina. Escuché de boca de mi madre
las palabras con las que luego elevaba mi oración al Señor, las palabras que me
enseñaron el Santo Temor de Dios y me inculcaron el amor al prójimo. La primera
comunión me acerco más al Señor y al servicio en la parroquia, bueno en una de
las filiares de mi parroquia, llamada Nuestra Señora de Coromoto.
A la edad de 13 años entro a
formar parte del grupo de catequistas de la capilla filial, ayudado e impulsado
por las hermanas Religiosas de la Comunicación Social (también conocidas como
las de la Buena Prensa) el aprendizaje fue lento y progresivo yo era un
adolescente algo introvertido. A medida que pasaba el tiempo el compromiso iba
creciendo igual que el conocimiento del Señor; a las hermanas todos los años
les llegaba una beca de los Misioneros Trinitarios que estaban o están en Costa
Rica, ellas me hacían la invitación y por supuesto la respuesta era NO, tenia
novia, pensaba en el matrimonio a largo plazo y trabajar luego desde la familia
para la Iglesia.
El tiempo pasó, ya era mayor,
técnico medio en contabilidad y gracias a la Iglesia (a las hermanas) encontré
mi primer y único trabajo que mantuve por más de diez años. Ahora trabajaba,
mantenía mi familia; estudiaba de noche mercadotecnia y publicidad (eso
implicaba fiestas y fiestas) y coordinaba la catequesis en la capilla. El
compromiso cada vez se intensificaba, las ganas por trabajar para el Señor
aumentaban, dificultades y alegrías como cualquier joven para ese entonces.
A esas alturas de mi vida no me
había pasado por la mente el ser sacerdote, nunca escuche alguna voz que me
invitaba a seguir al Señor, pero si me esforzaba en no faltar a la misa
Dominical. Misiones iban y venían, campamentos llegaban y se iban, experiencias
que se acumulaban y se hacían vida, pero nada de dejarlo todo por el Señor,
nada.
En la catequesis se nos ocurrió
hacer una actividad con los niños, la llamamos “Expo-liturgia” para lo cual
debíamos aprender y profundizar antes de enseñarle a los niños, por ello
hicimos un curso de liturgia, investigamos, preguntamos, leímos, nos preparamos
muy bien, y diría que fue allí donde el Señor se fio de mi (1Tm. 1,12),
fue allí donde conocí el significado de cada gesto, palabra y acción de la
Misa, eso comenzó a gustarme. Desde entonces me apasione por la liturgia y me
lance al servicio en el altar y verdaderamente allí en el altar ese
enamoramiento que ya tenía por el Señor, se intensificó, se hizo más evidente y
más problemático.
Ya no eran solo las hermanas con
sus becas de misioneros Trinitarios, ahora también los párrocos que estaban de
turno me hacían ver lo que yo ya comenzaba a descubrir. Esta opción de seguir
al Señor la comencé a manejar y a ver posible. Había mucho que dejar pero
demasiado que ganar. Yo me esforzaba por una enorme felicidad caduca depositada
cada semana y el Señor me ofrecía una felicidad y riqueza que no se apolilla ni se echa a perder y no hay ladrones que entren a
robarla (Mt. 6,20).
Los signos eran muy evidentes,
aunque no escuchaba al Señor, pero sentía que debía seguirle dejando la
seguridad de un empleo, planes y quizás cuantas cosas más que ya no recuerdo. La
decisión entrar al Seminario no fue fácil, primero, renunciar al empleo que te
vio crecer, que te enseñó, el que te daba dinero para las fiestas, para la
familia, para el auto, el que te pagó la carrera de Mercadeo y Publicidad.
Segundo, contarle a la familia, eso fue todo un parto, mamá pidiendo nietos,
papá siguió leyendo la prensa, mis hermanos riéndose, los amigos
asombrados.
Pero a pesar de todo, dejándolo
todo le he seguido (Mt.1,20), comencé la carrera en busca de la meta y
del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde lo alto a
todos (Flp 3:14). Hoy en día soy
Sacerdote, la visión familiar cambio y creció, los amigos aumentaron, los del
empleo siempre me llaman y ayudan.
Soy Colaborador de la Verdad,
esta Verdad es Cristo, mi Señor que se digno llamarme para su servicio.
Animo hermano, hermana, si
sientes el llamado del Señor a servirle desde cualquier lugar dentro de la
Iglesia respóndele, no esperes tanto. Si no sientes nada, tranquilo, no
desanimes, yo tarde 28 años.
Att. Pbro. Silverio Osorio.
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