"La memoria del corazón"
La misa acababa de terminar. El murmullo de los fieles despedía la solemnidad del templo. Pedro y su hijo Andrés salían por la nave central. El incienso aún flotaba en el aire. Pedro caminaba lento, con las manos entrelazadas a la espalda. Andrés, un paso por detrás, miraba el suelo.
—**Pedro: ¿Te diste cuenta del Evangelio? El amor se demuestra... no solo se dice.
—**Andrés: Sí, papá. Lo escuché. Estuvo fuerte.
Pedro se detuvo frente a la pila de agua bendita. Se persignó sin apuro.
—**Pedro: Hijo... tú dices que amas. Pero a veces... no se nota.
Andrés se encogió de hombros, incómodo.
—**Andrés: No sé qué esperas que haga. Siempre estoy corriendo de aquí para allá…
—**Pedro: No espero grandes cosas. Un mensaje. Un café juntos. Tu presencia. Eso basta.
—**Pedro: Tu abuela siempre decía que el agradecimiento es la memoria del corazón. Cuando uno agradece, ama con hechos.
—**Andrés (en voz baja): Sé que a veces fallo… Pero no es por falta de cariño, es por desinterés.
Pedro se giró. Lo miró con ternura, con ese amor sereno que no exige, pero duele cuando no es devuelto.
—**Pedro: Tienes hermanos, Andrés. Otros hijos que he acompañado. No todos han sido recíprocos. Pero yo los amo igual. Como Dios, que ama aunque lo olvidemos.
—**Andrés: ¿Y tú? ¿No te cansas?
—**Pedro: Sí. Pero en la oración renuevo fuerzas. Como Cristo. Él no se cansa de esperar.
Andrés se frotó la cabeza. El sol le dio en la cara.
—**Andrés: No quiero seguir siendo solo palabras. Quiero mejorar.
Pedro le puso la mano en el hombro. Sonrió.
—**Pedro: Con eso basta por hoy. Dios te bendiga.
Ambos caminaron hacia el carro, mientras el repicar de las campanas marcaba el final de la celebración. Un nuevo día, una nueva oportunidad para vivir la fe… y demostrar el amor.
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