El
amor de Dios es único e inigualable, súpera cualquier barrera o distancia. Lo único
que no supera es un corazón amargado y obstinado, que no reconoce este amor,
que no se deja amar por este amor y que se entrega al abandono personal.
Nunca
Dios, en su infinita magnificencia, nos obligará a que le amemos; por ello nos
hizo libres. Por muchas que sean las misericordias y las bondades que presente
en nuestras vidas, Dios jamás en su bondad cobrará por ello, jamás pretenderá
que le retribuyamos con algo.
Pues, aunque Dios, no necesita de nuestra
alabanza, es don suyo el que seamos agradecidos; y aunque nuestras bendiciones
no aumentan su gloria, nos aprovechan para nuestra salvación. Es por ello que el hombre que se descubre
amado por Dios, que se descubre que es creatura e hijo predilecto, alaba y
bendice en todo momento a Dios.
Es
como aquel hombre que consigue un tesoro escondido en un campo y vendiéndolo todo
va y compra ese campo (Cf. Mt 13,44). El hombre que se siente amado por Dios,
es feliz. El hombre que descubre en Dios un Padre, logra transformar su vida a
tal plenitud que vive de la misericordia y bondad que este su Padre Celestial
le concede.
Que
en esta cuaresma, nosotros podamos redescubrir esa paternidad amorosa y
cariñosa de Dios en nuestras vidas. Alabado sea Dios!!!