Porque preservaste a la Virgen
María de toda mancha de pecado original para que, enriquecida con la
plenitud de tu gracia, fuese digna Madre de tu Hijo, imagen y
comienzo de la Iglesia, que es la esposa de Cristo,
llena de juventud
y de limpia hermosura.
Purísima tenía que ser, Señor, la Virgen que nos diera
al Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima
la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y
ejemplo de santidad.
Por eso, unidos a los ángeles, te
aclamamos…
Tú, Virgen y Esposa, como la
luna reflejas el amor infinito de Dios hacia nosotros, eres un prado repleto de
gracias copiosas, que nos esperas con amor inefable de madre y nos muestras el
resplandor de ternura de tu amadísimo hijo Jesús.
Salve María Inmaculada, trono
del Mesías y Salvador: Cristo nuestro Señor.