Diálogo IV
Los preparativos para el sepelio de Diana, la esposa de Pedro, se llevaron a cabo con un recogimiento sereno, como si todo el pueblo supiera que en ese cuerpo descansaba una parte de su propia historia. Se avisó a su hermana, quien vivía desde joven en la ciudad capital. Allá se había casado y había tenido un hijo llamado Juan Josué. Por razones de salud, tanto de ella como de su esposo, no pudo viajar al pueblo. Sin embargo, sabían que su hijo, Juan Josué, emprendería pronto el camino hacia Curarire. Pedro recibió la noticia con un leve suspiro, como quien comprende lo inevitable, pero espera con esperanza el reencuentro.
El entierro tuvo lugar al atardecer, en el cementerio redondo del pueblo, un círculo de paz abrazado por doce cipreses esbeltos, que apuntaban al cielo como los apóstoles fieles que nunca abandonan su vigilia. En el centro se erguía un gran árbol —un algarrobo añoso que todos en el pueblo llamaban “el Cristo”—, cuyas raíces abrazaban unas criptas muy antiguas y profundas llenas de un barro rojo, anteriores incluso a la fundación del templo. Allí, cerca de aquel corazón de tierra y misterio, fue sepultada Diana, como si el amor que la sostuvo en vida también la sostuviera en la muerte.
Después del sepelio, Pedro se sentó en la casa cural junto al párroco, el Padre Salvador. El aroma del café recién colado llenaba el aire con una calidez que contrastaba con la tristeza.
Ambos rieron suavemente, como si en ese instante la vida les recordara que el amor no muere, solo se transforma.
Hubo una pausa. Pedro bajó la mirada, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
La conversación se disolvió en el silencio de los recuerdos. Pedro miraba el café humeante en sus manos como si en él se reflejaran los años vividos. La luz del atardecer pintaba la casa cural con tonos dorados, y el canto lejano de un gallo pareció cerrar el momento con un eco antiguo.
Y entonces, como quien escucha un nombre que había quedado dormido en la memoria, Pedro murmuró:
—Juan Josué… ese muchacho que de tiempo que no sé de el...
Retrocede el tiempo. Una ciudad lejana. Un joven con mochila al hombro mira por la ventana del autobús que lo llevará de regreso al pueblo de su madre… ¿Quién es Juan Josué? La Lluvia.