La tranquila mañana daba sus primeros bostezos con un sol que teñía de naranja el cielo azulado. Del noroeste llegaba una brisa fría que arrastraba a su paso gran cantidad de cirrus de nubes que cubrían cual cortina gris, el cielo anaranjado. El viento se paseaba libremente por todas las calles del barrio la Providencia, ya la mañana estaba instalada dejando percibir una temperatura muy agradable.
Eran las
seis de la mañana y los cúmulos, como bloques grises ennegrecidos, habían
tapizado por completo toda la cúpula celeste. Los relámpagos acompañados de leves
truenos comenzaban a zigzaguear. La lluvia no se hizo esperar y el agua progresivamente
comenzó a correr por las calles medio asfaltadas del barrio. El ruido ensordecedor
de las gotas que, como camicaces se estrellaban contra los techos de zinc de
las casas, se hacía cada vez más notorio.
En una de
las casas del barrio, Juan Josué, aun dormía plácidamente sobre una pequeña
cama cubierta arrugadamente por una azulada sabana, el ventilador giraba
autistamente de un lado al otro. Afuera de la pequeña habitación el agua seguía
cayendo torrencialmente del cielo, el viento hacia lo suyo y poco a poco
empujaba al agua a entrar por las hendiduras de la ventana que estaba a un lado
de la cama. De pronto, como si un corrientazo recorriera por su cuerpo, Juan
Josué se levantó rápidamente susurrando:
-Dios! me
he quedado dormido-
Efectivamente,
el despertador no había sonado, la noche anterior se le había olvidado darle
cuerda, había llegado agotado después de una extenuante jornada laboral y
estudiantil. Juan Josué o Juanjo como le dicen en su trabajo, era un joven
alto, de 23 años de edad pero aparentaba ser más adulto por su contextura
física y su tez morena, era de los pocos que tiene sus ojos color negro. De día
trabajaba como asistente de compras en Publisis, y de noche estudiaba diseño gráfico
en la universidad.
Rápidamente
se froto los ojos y miró el reloj.
–Ahh seis y
cuarto, aún tengo tiempo, quince minutos serán suficientes-dijo.
Entro a su
baño, se aseó y rápidamente comenzó a vestirse. Al salir de su habitación,
observó que su mamá y papá conversaban tomando una taza de café y con voz
alegre les dice:
–Hola ma, hola pa, bendición.
–Dios te
bendiga JJ– respondieron ambos padres al mismo tiempo.
La mamá
tomando otra taza de café se la llevo a Juan Josué y le dijo: ¡Creo que no
podrás salir hoy a trabajar, llueve muy fuerte! No te preocupes mamá, ya escampó
y un amigo –Reinaldo– pasara por mí, le respondió Juan Josué.
Eran las
6:35am cuando la bocina de un automóvil comenzó a sonar, era Reinaldo un
compañero de trabajo y estudios de Juanjo. Reinaldo era un joven muy delgado,
alto como una puerta, de cabello rubio y ojos azules, con muchas pecas en la
cara y voz ronca, era dos años mayor que Juanjo.
El papá de
Juanjo asomándose por la ventana dijo: ¡ya va! – JJ llegó tu amigo.
Juan Josué,
tomó su almuerzo, unos cuadernos que estaban sobre los muebles y dejando la
taza de café sobre una repisa se despidió de sus padres. Evitando la lluvia
salió de su casa e inmediatamente se metió dentro del auto del amigo.
-Hola
Juanjo, ¿qué tal todo? Preguntó Reinaldo.
-Todo bien Reinaldo,
aun con sueño, peroooo ¡hoy es viernes! mañana me desquito durmiendo mucho-
respondió Juanjo con una sonrisa que lo despertaba.
La lluvia
ya estaba cesando y los rayos del sol matinal arañaban las nubes descurtidas.
El auto cruzó a la derecha y tomando la avenida principal que conecta a la
interestatal avanzó rápidamente. Llegando al final de la interestatal y antes
de cruzar a la avenida 33 una enorme cola los recibió.
-Al parecer
un automóvil chocó contra uno de los pilares del distribuidor, mencionó Juanjo
que se había asomado sacando la cabeza por la ventana del automóvil.
–Espero que
no les haya pasado nada, respondió Reinaldo que movía la cabeza de un lado al
otro tratando de lograr divisar algo más de lo que sucedía adelante, sólo a
Shumager se le ocurriría ir a toda velocidad en una carretera mojada por la
lluvia.
Finalmente
lograron cruzar a la avenida 33 y luego de unas cuantas cuadras llegaron a
Publisis, el lugar donde ambos trabajaban. Eran las 7:25 cuando ambos amigos se
bajaron del auto, saludaron al señor Jorge que era el vigilante, Reinaldo
avanzo y Juanjo se quedó un rato hablando con el vigilante.
Hojeando el
periódico “El vespertino” que había tomado de una de las sillas de la garita
dice Juanjo: -Fuerte aguacero señor Jorge, ¡no me di cuenta a la hora que
comenzó!
-Serían
como las cinco y cuarto de la mañana cuando comenzó a soplar fuertemente,
afortunadamente salí temprano de casa hoy, de lo contrario todavía estuviera
tratando de llegar. Le contestó el vigilante.
Devolviéndole
el periódico al vigilante, dice Juanjo:
-Sí, es
verdad que se hace muy difícil llegar a tiempo cuando llueve. Sabe, de camino
para acá vimos un accidente en el distribuidor, creo que iban muy rápido y el
chofer perdió el control al tratar de frenar para cruzar y chocó con uno de los
pilares del distribuidor, espero no haya muerto nadie.
Guardando
el periódico en un archivo le contesta el vigilante:
-con razón
he escuchado unas ambulancias ahora temprano. Seguramente alguien se la quiso
dar de listo, ojalá y no les pase nada.
Juanjo se
despidió del vigilante y por fin entró a las oficinas de la empresa. Un
edificio naranja con verde de tres pisos y un extenso galpón conformaban lo que
era Publisis, una de las tantas agencias de publicidad que existía en la
ciudad. El día transcurrió entre órdenes de compras, llamadas a proveedores y
fax con diferentes presupuestos.
-Tremendo
el día de hoy, dijo Juanjo acompañado de un largo bostezo y estiramiento de
brazos.
Un señor
pelón, de cara larga y corbata le contestó hipnotizado mirando la computadora: -apenas
comienza lo bueno Juanjo, es la segunda quincena de noviembre y ya comienzan a
llegar los pedidos de agendas, almanaques y todas las demás cosas que se acostumbra
a regalar en navidad. ¡Hay mucho trabajo aquí!
-ahhh señor
Carlos, -dice Juanjo- ¿qué sería de
nosotros sin esos pequeños detalles en navidad? Comienza un tiempo bonito, de
compartir. Sumado que la gente compra mucho y eso es bueno para nosotros, ya
que si la gente no pide eso, nosotros no trabajamos y no nos pagan, entonces
estaríamos ladrando, es decir, sin dinero.
-tienes
razón y no he de quitártela, le respondió aún hipnotizado el señor Carlos, pero
creo que, nos desgastamos en buscar cosas que creemos que nos hacen felices,
pero al final no, sólo nos hemos desgastado en nada. Piensa Juanjo, ¿qué hace
feliz al hombre?
El teléfono
del escritorio de Juanjo comenzó a sonar pero él hizo caso omiso al sonido.
Dijo con un zumbadito musical: Señooor Caaarlos es queee la felicidad se
alcanza disfrutaaando de la vida, salieeendo, compartieeendo, ir de fieeestas,
bailaaar, bebidas y sobre todo muuuchas chicas.
Volteando
la mirada a Juanjo el señor Carlos dice mirando sobre sus lentes: ¡Deja de
decir tonterías, toma concejos para que llegues a viejo! Cuando puedas
contestas el teléfono.
Juanjo
riendo contestó el teléfono entre risas: ¡Sí buenas tardes, departamento de
compras!
-hola
Juanjo, es Marcos, dile al señor Carlos que la tinta que solicité la semana
pasada aún no llega.
Ya más
serio contesta Juanjo: -hola Mercurio, ¿qué tal todo? Ah sí, mira, estuve
llamando en la mañana y no me contestaban, para informarte que la tinta llega
mañana en la mañana y los troqueles para las agendas de Tornimario deben de
estar llegando hoy.
Marcos
contestó: -estoy bien gracias. Llegue muy tarde, mucha agua por mi casa. A
bueno, espero la mercancía entonces, gracias hasta luego. Hasta luego Marcos,
contesto Juanjo.
¿Quién era?
Preguntó el señor Carlos.
Contestó
Juanjo: -era Marcos Mercurio, preguntaba por la tinta de los almanaques.
-ah sí,
menos mal que ya llega eso mañana hay mucho por hacer. Contestó el señor
Carlos.
Ambos
siguieron imbuidos en su trabajo. Al final de la tarde, entró a la oficina
Reinaldo ya listo para marcharse diciéndole a Juanjo:
-Epale, ¿no
piensas irte hoy? Llegaremos tarde si te demoras mucho. Hasta el lunes señor
Carlos, ¡feliz fin de semana!
-Hasta pronto
Reinaldo, ¡gracias igualmente! -contestó el señor Carlos mientras colgaba el
teléfono.
Juanjo,
mirando el reloj de su ordenador, notó que ya eran las seis de la tarde y dijo
sonriendo:
¡Claro, se
me fue el día entre pedidos, llamadas y reflexiones del señor Carlos!
Apagó su
ordenador, cerró la gaveta de su escritorio tomó sus cosas y dijo:
-¡feliz fin
de semana! señor Carlos, saludos a la familia. ¿Se queda hasta tarde?
Este
respondió: ¡No! Ya me voy. Tengo una reunión a las seis y media en la escuela
de David Andrés. ¡Hasta el lunes! Que descanses. Piensa Juanjo, ¿qué hace feliz
al hombre?
-Riendo
Juanjo dice: -ya escuchó mi canción. ¡Me marcho! que le vaya bien, señor
Carlos. Y luego de despedirse se marchó.
Reinaldo ya
esperaba a Juanjo fuera de las instalaciones de la empresa. La tarde comenzaba
a caer y de los charcos paridos por la lluvia matinal ya quedaban pocos. A los
pocos minutos llegó Juanjo con dos paquetes en sus manos acompañados de sus
cuadernos y bolso del almuerzo, mientras le entrega un paquete a Reinaldo dice
– esta es una primicia, son las chaquetas que obsequiaremos a nuestros mejores
clientes ahora en navidad, veamos si las gélidas aulas de clase pueden con
ellas, has notado Reinaldo lo difícil que es salir temprano los viernes de este
monstruo empresarial- Reinaldo que ya pisaba el acelerador del auto le dice:
-Ah hermano, se ven bien las chaquetas; es un reto que tenemos todos los
viernes para poder llegar temprano a la clase de Semiología, la única que vemos
hoy.
Sin más se
dirigieron a las instalaciones de la universidad. Eran veinte minutos de viaje
si no encontraban congestionada la autopista interestatal que era prácticamente
la vena aorta de la ciudad, si esta por alguna razón dejara de funcionar todo
se convertiría en un caos en cuestión de minutos. Por esta vez no se
encontraron con ningún obstáculo de camino a la universidad.
-No se tu
Reinaldo, pero yo me muero del hambre- dice Juanjo mientras cierra la puerta
del auto que ya habían estacionado cerca del cafetín de la universidad.
-Pues sí,
mi estómago reclama atención urgente- le responde Reinaldo tocando su casi
raquítico abdomen- pero recuerda la clase con la bruja de Lucia Castañuela esa
mujer se empecina en pasar seguro a la puerta en sus clases. –Dramáticamente
prosigue Reinaldo- ¿Cree que somos niños?, ¿no se da cuenta que salimos del
trabajo a clase y que estamos cansados?
Las risas
de Jj no se hicieron esperar: -ja ja ja tú sí que eres hiperdramatico- le dice
Juanjo y secándose las lágrimas prosigue:
-el que te escucha quedaría convencido de tu actuación de joven preocupado por
tus estudios, ja ja ja-.
En ese
momento y justo antes de entrar al cafetín, levantando un poco la cabeza y una
de sus cejas y con acento españolete exclama Reinaldo: -pues hombre que me he
esforzado, merezco un Oscar-
Ya dentro
del cafetín, ambos hicieron su pedido y se sentaron en una de las mesas del
enorme local. –es extraño estar en el cafetín y no escuchar tanta algarabía-
dice Juanjo mientras engulle un trozo de sándwich. -es muy temprano- dice
Reinaldo que se disponía a devorar una docena de pastelitos, -por lo común se
llena a partir de las siete que es cuando comienzan los recesos, antes todos
llegan apurados para entrar a clases.
-Sin dejar
de comer prosigue: -Lo que decía de la Castañuela es cierto Juanjo, me molesta
tener que llegar apurado con el temor de que me deje fuera del aula la bruja
esa.
Juanjo que
casi terminaba con su cena le responde: -si Reinaldo tienes toda razón, además
tenemos toda la noche de clases con ella y ¿adivina qué?- Reinaldo ya solo con
un par de pasteles en sus manos y aspirando lo que le quedaba de su gaseosa le
hace un gesto con los ojos azulados a Juanjo. Juanjo levantándose dice: -que si
no nos apuramos, será nuestra enésima vez que perdemos la primera hora de
clases de la Cascanueces, jejeje. Reinaldo
mirando su reloj se levanta inmediatamente, no sin antes acabar con la
existencia del par de pasteles que le quedaban.
Salieron
inmediatamente y casi corriendo subieron las escaleras que estaban detrás del
cafetín. Fueron cuatro pisos que subieron, jadeando llegaron junto con la
profesora que ya había entrado al aula y se disponía a cerrar la puerta.
Reinaldo deteniendo la puerta le dice –no se preocupe profesora nosotros mismos
la cerramos- -asegúrate de quede cerrada- le increpa la profesora- -Esta
capsula criogénica estará asegurada –respóndele Juanjo. Efectivamente las aulas
de clase eran escenas del polo norte, salones con aires acondicionado que
escupían hielo, hasta el más osado usaba chaqueta.
La
profesora Lucia Castañuela era tan blanca como la leche, de cabello rojo
cobrizo y según el comentario de muchos era familia del cantante Nelson Ned, no
tanto por lo del canto sino por su similar estatura. Ella estaba acostumbraba a
usar colonias que no la dejaban pasar desapercibida por ningún lugar y
coloridas regorgayas que colgaban de su cuello, orejas y muñecas de las manos.
De origen Español y casada con un norteamericano, era especialista en
Semiología de los colores e investigación de mercados. Dejando su enorme
cartera sobre el escritorio toma asiento e inmediatamente una voz aguda y
pausada comenzó a sonar, la clase había dado inicio.
La clase
giro en torno a la sensación que puede suscitar los colores en la mente de los
consumidores, de pie y caminando de un lado a otro como si fuera un monologo la
profesora les decía: –los colores cumplen un papel importante en la publicidad
y el mercadeo, todo gira en torno a ellos, por eso es muy significativo la
escogencia del color para un logo, una valla o una simple hoja membretada- la
profesora prosigue: -A ver cierren sus ojos e imaginen un gordo enorme vestido
de Santa pero de color negro- ¿qué sensación les da, que suponen? Una de las
estudiantes, Carla, responde – ¡está de luto, se le murió su señora Santa,
profesora! Las risas sonaron a coro.
Juanjo
alzando su voz dice: profesora, lo que sucede es que estamos acostumbrados a
ver el negro como color de luto, como color de tristeza, o tal vez de elegancia
en ciertas ocasiones. En nuestra mente ya está fijada que un gordo panzón y de
barba blanca debe estar vestido de rojo con guindajos blancos. Tienes razón
Juan –acota la profesora, mientras retoma la idea y Juanjo guarda silencio- eso
sucede cuando algo está suficientemente posicionado en nuestra mente, por ello
el secreto de el posicionamiento de una marca está en la publicidad subliminar.
Toda empresa que inventa o renueve un producto, -la profesora haciendo un
cambio de voz y estirando cada consonante de las palabras prosigue diciendo-
crea a su vez la “n e c e s i d a d”. Los productos y servicios que se crean
deben estar siempre al servicio del consumidor, pero por lo común sucede al
contrario, el empresario en su sed de vender y lucrarse hipnotiza al consumidor
y como corderitos los lleva al despilfarro y compras indiscriminadas.
La clase
continuo de lo más común entre recesos y permisos para salir al baño, el frio
era inclemente. Por fin termino la clase y casi todos salieron comentando el
trabajo puesto por la profesora. Reinaldo tomando sus útiles comentaba a Juanjo:
-Listo hermano, usaremos a Publisis para nuestro trabajo-
Juanjo con
una cara de desdeño y una vos quejosa le dice: -es que ya todos saben que
trabajaremos con eso, Reinaldo. Desde que estamos estudiando usamos todo lo
referente a la empresa, ya saben que es naranja por ser holandeses y porque les
gusta tanto el futbol, ya saben que Publisis es publicidad sistemática,
organizada y de gran alcance, quiero… quiero hacer algo innovador, algo que
como dijo la profesora Lucia, sea nuevo pero que nos informe mucho.
Reinaldo
aumentando la órbita de sus ojos le dice: ¿Pero bueno Jj, desde cuando te
preocupas tanto por un trabajo de la universidad? El trabajo es sencillo,
buscar una empresa y explicar el significado de los colores que usan para su
publicidad, ¡eso es muy sencillo!
Ya habían
bajado las escaleras, Juan José se detiene un momento y pensativamente se
dirige a su interlocutor diciéndole: Si, eso lo sé. Pero recuerda lo que
comento la profesora respecto a las marcas de empresas ya usadas, no hay de otra,
debemos esforzarnos por buscar algo que le impacte y guste. Algo que a nadie se
le haya ocurrido, tenemos una semana para eso.
De hombros caídos y rostro melancólico le responde Reinaldo: Bueno, ni
modo, a trabajar. Luego reanimándose y poniendo chispa en su tono de vos dice:
Pero hoy es viernes!!! Viernes de fiesta!!! Ambos amigos se unieron a un grupo
que les esperaba en la plaza central de la universidad, entre saludos y risas
decidieron el lugar donde festejar la noche y partieron inmediatamente.