Procesión de entrada de la Misa Crismal 2011 |
Desde mi estadía en el seminario estas ocasiones
en mi vida se han repetido en innumerable oportunidades. Una puntual y de las
que más disfruto, bien sea prestando el servicio litúrgico o participando
activamente con la asamblea es la “Consagración Sacerdotal”.
Todo seminarista sueña con ese momento tan
importante de su vida vocacional. Se postra un hombre común y se levanta para
actuar en Persona de Cristo, un sacerdote, hombre de Dios y para Dios. Se unge
con Oleo Santo las manos para llevar a cavo tan loable labor; se quita el
hombre viejo y se reviste del nuevo Adán que se deja seducir por Cristo para
anunciarlo a sus hermanos.
Jesucristo, el Señor,
a
quién el Padre ungió
con
la fuerza del Espíritu Santo,
te
auxilie para santificar al pueblo cristiano
y para ofrecer a
Dios el sacrificio.
La anterior frase, la recita el Arzobispo en el
momento en que Unge las manos del Ordenado. Esta frase me llena de fortaleza y
afirma la certeza, por mas temor que sienta, de que Cristo me acompañará en la
misión encomendada, sin Él nada soy, nada tengo, nada puedo.
Cada Consagración Sacerdotal renueva y
actualiza en mí el deseo de servirle al Señor en el ministerio Sacerdotal. Confirma
la decisión de dejarlo todo por aquel que dio la vida por mí en la Cruz,
Resucito y ahora me invita a ser su discípulo, a ser los pies que lleve su
Buena Nueva, a ser las manos que den de comer al hambriento, a ser la voz que
cante sus misericordias. Casi siempre termino conteniendo las ganas de llorar
de la emoción, situándome yo en el lugar del ordenando, viendo a mi familia en
la del ordenando y tomando para mí la homilía que dedica el Arzobispo al
ordenando. Toda una gama de emociones que si bien, son solo eso, emociones; me
alienta e inspiran a seguir luchando y anhelando la Santidad en el Servicio al
Señor en el prójimo.
Saludos, me abandono a sus oraciones…