A ti sea la gloria, que
colocaste tu cruz como un puente sobre la muerte, para que, a través de él,
pasasen las almas desde la región de los muertos a la región de la vida.
A ti sea la gloria, que te
revestiste de un cuerpo humano y mortal, y lo convertiste en fuente de vida
para todos los mortales.
Tú
vives, ciertamente; pues los que te
dieron muerte hicieron con tu vida como los agricultores, esto es, la sembraron
bajo tierra como el trigo, para que luego volviera a surgir de ella acompañada
de otros muchos.
San Efrén, diácono
Señor Jesús, Buen Pastor, enséñanos a seguirte de todo corazón. Que nosotros los seminaristas escuchemos siempre tu voz. Que seamos prestos a tus enseñanzas y a tu presencia en nuestros hermanos.