El Señor nos ha dotado de
una gran cantidad de dones esplendidos con los cuales podemos construir y
destruir.
El don inestimable de la Fe
se nos regala como semilla y que dependiendo de nosotros, crecerá y dará frutos
para saciar el hambre de muchos, de unos cuantos o simplemente de nadie.
Nuestra fe, como antorcha de
la esperanza en Cristo, debe irradiar esa tranquilidad del que se siente amado
y redimido por Cristo. Perdonado por su presencia amorosa y entusiasmado por su
misericordia infinita.
Nuestra fe, nos debe motivar
a dar razón de lo mucho que ha obrado Cristo en nosotros, o de lo poco, pero
transformador que se ha iniciado en nuestro vivir.