Leía en uno de esos blog muy buenos y productivos
que abundan en la web, que “no todos los
días te levantas con el espíritu alegre y despreocupado; algunas veces ya desde
temprano en la mañana te persigue el recuerdo de una adversidad que estas
enfrentando hace tiempo.
Hace
trescientos años un prisionero grabó en la pared de su prisión esta frase, con
la que pretendía conservar en alto su estado de ánimo: “No es la adversidad lo que
mata, sino la impaciencia con que soportamos la adversidad.”
Es verdad;
impacientándote en las adversidades, nada arreglarás; más bien lo echarás todo
a perder o agravarás la situación; no es, pues, un remedio la impaciencia o la
ira.”(www.masalladeldesierto.blogspot.com)
En ocasiones, la crisis por la que atravesamos ante
una situación es más grave que lo sucedido. Tan fuerte que nos hace más daño
que el mismo acontecimiento. Nos hacemos un manojo de nervios y emociones,
mientras lo sucedido no pasa más a un susto y mal momento.
Dios nos ama, su presencia en nuestras vidas es más
fuerte y palpable que el ruido que pueda hacer una dificultad o adversidad. Dejemos
en él estas adversidades y dificultades.
Nos dice el Santo Padre que “existe el
bien en el mundo, y "este bien está destinado a vencer, gracias a
Dios" aunque es difícil entenderlo, ya que "el mal hace más ruido que
el bien, un asesinato brutal, las violencias que se extienden y las graves
injusticias son noticia".
Por ello, "si queremos entender el mundo y la vida, debemos ser capaces de permanecer en silencio y en meditación, en la reflexión silenciosa y prolongada, debemos saber pararnos y pensar".
Por ello, "si queremos entender el mundo y la vida, debemos ser capaces de permanecer en silencio y en meditación, en la reflexión silenciosa y prolongada, debemos saber pararnos y pensar".