Algo que siempre me llamó y sigue
llamando la atención en la versión cinematográfica de la pasión de Cristo de
Mel Gibson, es la forma en que Cristo Nuestro señor, se abraza a la cruz, como
la toma entre sus brazos y la lleva dolorosamente, como se aferra a ella y de
sangre la llena, la misma cruz le hace laceraciones en sus manos y hombre, más
sin embargo Cristo se hace uno con ella.
Esto me hace pensar en nuestras
dificultades, en nuestros problemas. En las penurias y calamidades que día a
día nos toca vivir y nos marchitan el corazón. El dolor no nos gusta, ¿y a quién?
Creo que a nadie!!! El mismo Señor Jesucristo, en la oración en el huerto de
los olivos, le pedía fervientemente al Padre Celestial que si era posible
alejara de Él ese cáliz amargo. El cáliz del dolor, el cáliz de la pasión.
Pero ese dolor no se quedó solo
en dolor. Brotó la vida de ese oprobio, de esa vejación; y es que el dolor
tiene sentido cuando aceptándolo, nos reconocemos nada y abandonados en las
manos de Dios somos redimidos, transformados y rescatados del mar de lágrimas. De
lo contrario sufrir solo por sufrir no tiene sentido. Cristo con su Pasión, es
decir con su padecimiento, con su abajamiento y humillación en el madero del
dolor, nos enseña que hay esperanza y esa esperanza acaba en la gloriosa y
triunfante Resurrección.
Cristo, el maltratado, escupido y
azotado, ha resucitado, ha sacado vida matando a la muerte. Que nadie se sienta
muerto cuando resucita Dios, que, si el barco llega al puerto, llegamos juntos
todos. Cristo padeció por nosotros y resucito para nosotros, para darnos vida
en abundancia.
Nuestros son los laureles de su frente, aunque un día le dimos las espinas.