Pobre de mí, que sabiendo y
conociendo que el pan deja de ser pan y que el vino deja de ser vino, para convertirse
en el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, me hago el indiferente o
simplemente lo dejo a mi memoria laxa.
Señor Jesús, te haces presente en
la Santa Eucaristía, enséñame a reconocerte como el alimento bueno que nos da
la vida eterna. Como el pasto abundante y jugoso que me alimenta y da descanso
al alma.
Tú eres mi Pastor, el que me
salva del peligro de la soledad, tristeza y desanimo. El que cura las heridas
causadas por la indiferencia y el orgullo. Eres el pastor bueno que me das a
beber el agua que da vida y calma la sed de la arrogancia.
Todos los días de mi vida, mi
morada será la casa de Dios, porque eres mi Pastor.