El ser humano naturalmente es
religioso. Esto lo atestigua la historia, las excavaciones que se han realizado
y estudios ya viejos, nos lo muestran así. El hombre al no poder catalogar o
explicar los fenómenos naturales, los asocio a seres superiores a él, esto dio origen
a que colocara nombre a esas manifestaciones que casi siempre eran naturales. Surgieron
así los dioses que regían el vivir de cada comunidad, el dios sol, luna,
lluvia, relámpago y pare usted de contar. Aunque muchas de estas, encuentran
solución ante la óptica de la ciencia, otras quedan en el laberinto de lo
incomprensible e inexplicable.
Dios forma parte de la
naturaleza, o mejor dicho de la creación. Él es el todo, ya que todo lo abarca.
Él es el artífice y creador. Todo está impregnado de su presencia en lo bello,
bueno y perfecto, sin caer en un panteísmo.
Dios como buen padre, que quiere que todos los hombres nos salvemos y lleguemos
al conocimiento de la Verdad. Esta verdad es su Hijo amado, Jesucristo.
Es en Cristo que tiene sentido la
adoración, la entrega total a tiempo y destiempo por servirle y agradarle. La Iglesia
está clara en ello, adora a su fundador Cristo. Ya nos lo dice en la
Constitución dogmática Lumen Gentium “Somos
una Iglesia Cristocéntrica, es un concepto que se repite varias veces como
“Cristo, mediador único”. La Iglesia no pretende cambiar esa realidad, ni mucho
menos los que la conformamos.
Ahora bien, la Iglesia le reconoce
a María después de Cristo, el lugar más alto y cercano a nosotros, “María es
invocada como Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (LG) Más no la adoramos,
ya que ella como la luna da de lo que recibe de su amado Hijo, Sol de Justicia.
Muy cierto que en ocasiones como Cristianos desvirtuamos y aumentamos la
veneración a María que se sobrepasa a la adoración. Es cuestión de formación y
educación en nuestra fe, para no ser como los primeros pobladores de nuestras
tierras, que por no saber, adoraban cualquier cosa.
P.D. De vuelta a la web. Me abandono
a sus oraciones.