El fallecimiento del padre Matteo Balzano, sacerdote joven de apenas 35 años, nos deja una herida abierta que no puede ser cubierta con silencio ni con frases apresuradas. Su partida no solo duele, nos interpela. Nos exige mirar hacia adentro, hacia la humanidad del ministerio y hacia nuestras propias actitudes como Iglesia, comunidad y hermanos.

Los sacerdotes no somos inmunes. Somos hombres revestidos de la Gracia, sí, pero también de fragilidad. La vocación no borra el cansancio, no apaga la soledad, no elimina las dudas. Hay noches oscuras en las que el alma busca consuelo, comprensión, un abrazo verdadero… y muchas veces no lo encuentra.

Por eso urge recordar que el sacerdote no es un superhéroe, ni un símbolo idealizado de perfección, no lo somos. Si has pensando eso, perdiste el tiempo. Jaja.

Somor una vasija de barro, como dice San Pablo, que llevamos un tesoro dentro, pero que puede quebrarse, agrietarse, desbordarse.

Y cuando la fraternidad no acompaña, cuando el ministerio se vuelve carga sin descanso, cuando el servicio no encuentra reciprocidad ni escucha, el corazón puede romperse en silencio. Ojo, sin darnos cuenta de ello. Sin saberlo. 

Es por eso que la muerte del padre Matteo no puede quedear como una estadística mas o una nota más. Que se convierta en grito profético que nos despierte en ser instrumento de cercania de los hombresconDios. 

El dolor, por mucho que agobie, no puede ser silenciado. Debe ser acompañado.

Hoy, elevo y elevamos una oración por su alma, y otra por todos los pastores que caminan agotados, que no encuentran consuelo, que han sido olvidados por sus propias ovejas.

Que el Corazón de Cristo los abrace, los fortalezca… y nos enseñe a ser hermanos que cuidan y sostienen. Como Iglesia, también debemos convertirnos. Porque la santidad no se construye solo con exigencias, sino también con misericordia.

Descansa en paz, hermano sacerdote.

Tu dolor no fue en vano.

@padresilverio78