Cristo es el servidor por
antonomasia; Él es Profeta, sumo y eterno Sacerdote, y Rey, por esto su
ministerio es prototipo o protoministerio en la Iglesia[1].
De Él se desprende que en la Iglesia, todo es “diaconal o ministerial”, a su ejemplo
que "vino para servir" (Mc. 10, 45; Flp. 2,7). De esta unión de
Cristo con su Iglesia, surgen dos formas principales de ministerio eclesial: Un
ministerio ordenado o jerárquico y otro ministerio no ordenado y común a todos
los fieles; ambas formas son una participación en el protoministerio de Cristo[2].
En cuanto a los “ministerios
no ordenados” o también conocidos como laicales, se ha hablado ya en otra
oportunidad. (Seguir leyendo)
El que atañe en este
momento, son los “ministerios ordenados” que son aquellos que enraízan en el
sacramento del Orden, mediante la imposición de manos, los cuales están en el 3er
grado los obispo, en el 2do grado los presbítero y en el 1er grado los diácono.
Los tres son una diaconía o servicio, comunitario y permanente, para presidir,
enseñar y santificar[3].Atañe
en este caso el 1er grado, los Diáconos.
La palabra diácono proviene
del griego διακονος (diakonos) que significa servidor al
igual que la palabra ministro. Según datos bíblicos, en un origen se encargaban
del cuidado de los pobres, como ministros de las iglesias fundadas en los
comienzos. (cfr. Hch 6,1-6; cfr. Flp 1,1; 1Ti 3,8-13).
El Diácono, indica uno de
los tres ministerios en que se articula el sacramento del orden. En el motu
proprio Ad pascendum se da una
definición autorizada y rica en implicaciones, tanto teológicas como pastorales
y espirituales, del ministerio del diácono: "Animador del servicio, o sea,
de la diaconía de la Iglesia, en las comunidades cristianas locales, signo o
sacramento del mismo Cristo Señor, el cual no vino para ser servido, sino para
servir".
Ya desde los tiempos
apostólicos, fueron instituidos los diáconos ("servidores") para
ayudar a los Apóstoles especialmente en el campo de la caridad y de la
organización de la comunidad, a fin de que los Apóstoles pudieran dedicarse
plenamente a la evangelización más directa
En la Constitución Dogmática
Lumen Gentiumen del Concilio Ecuménico
Vaticano II, en su numeral 29, se lee que los Diáconos,
“confortados con
la gracia sacramental en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al
Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad.
Es oficio propio del diácono, según la autoridad competente se lo indicare, la
administración solemne del bautismo, el conservar y distribuir la Eucaristía, el
asistir en nombre de la Iglesia y bendecir los matrimonios, llevar el viático a
los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al
pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los
sacramentales, presidir los ritos de funerales y sepelios. Dedicados a los
oficios de caridad y administración, recuerden los diáconos el aviso de San
Policarpo: "Misericordiosos, diligentes, procedan en su conducta conforme
a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos”.
En el rito de la ordenación,
se recuerda al diácono que debe resplandecer en "todas las virtudes",
especialmente en "el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los
pobres, la autoridad humilde, una pureza inocente y un cumplimiento espiritual
de las normas". Esta espiritualidad está en relación con su ministerio,
siempre en vistas a la evangelización.
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