Todavía
no hemos llegado a ese estado ideal, utópico sin duda, de armonía, en el que
cada uno sea su propio rey y su propio juez, en el que no se necesiten
gobernantes, ministros, jueces, guardias ni policías, porque cada uno sigue los
dictados de su conciencia rectamente formada, porque todos se dejan guiar por
la ley del corazón iluminada por Cristo Jesús.
El
cetro y las llaves son signo del poder y de la autoridad judicial. ¿Quién tiene hoy
las llaves de la ciencia y la tecnología; las llaves de las finanzas y la economía;
las llaves del armamento nuclear; las llaves de la comunicación, de la palabra
y de la imagen; las llaves de la justicia y del derecho? ¡Llaves poderosísimas!
¿Cómo
se usan esas llaves?
Hay
quien las utiliza para dominar, para conseguir intereses propios o partidistas,
para el enriquecimiento o glorificación personal. Recordemos el caso de Sobna,
que suena a soborno y corrupción (cf. Is 22,19). Hay quien utiliza el poder de
las llaves para oprimir y matar.
De
momento, echamos de menos una verdadera autoridad, que sea limpia y segura, que
no engañe ni se corrompa, que piense en el bien del pueblo y no en su propio interés.
Que sus modos y estilos de gobernar sean humildes y cercanos. Que sus decisiones
sean firmes y oportunas. Que se gane el aprecio y la confianza del pueblo.
Y
lo mismo digamos de la justicia. Si ha de haber jueces, que sean hombres
dignos, capaces, independientes. Jueces que no quisieran juzgar, que les duela
en el alma cada sentencia condenatoria. Jueces sensibles y humanos. Jueces que
miren por los desvalidos, a quienes nadie hoy escucha, y que no miren tanto a
los poderosos. Jueces que nunca, en ningún sentido y por nada, se vendan.
Por
eso se nos van los ojos hacia aquel que camina con un Cetro gracioso en su
mano, que lleva colgado al hombro unas Llaves misteriosas, una se llama
Justicia y otra Amor, que lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo:
Rey de Reyes y Señor de Señores (Ap 19, 16). Es un rey, pero que no viene a ser
servido, sino a servir; que no se sienta en tronos, sino que camina con los
humildes. Sus palabras son sentencias, pero que no condenan, sino que salvan.
No ha venido a condenar, sino a salvar. Es un juez que quita cargas y que
inspira confianza.
Ven,
Príncipe divino,
sácanos de este loco y sombrío laberinto en que nos encontramos,
y condúcenos al reino de la verdad y de la libertad.
Ven a imponer el derecho y la misericordia con tu divino Cetro.
Ven a abrir todas las cárceles,
las de la ciudad y las del alma,
con tus Llaves prodigiosas.
Ven a hacernos libres.
Ven a hacernos reyes.
Ven, Señor, que das señorío.
Ven, Llave que abres todos los corazones.
sácanos de este loco y sombrío laberinto en que nos encontramos,
y condúcenos al reino de la verdad y de la libertad.
Ven a imponer el derecho y la misericordia con tu divino Cetro.
Ven a abrir todas las cárceles,
las de la ciudad y las del alma,
con tus Llaves prodigiosas.
Ven a hacernos libres.
Ven a hacernos reyes.
Ven, Señor, que das señorío.
Ven, Llave que abres todos los corazones.