Prope est Dominus
5:33
Feliz día del Señor!!!
Me complace compartir con ustedes la preparación de la palabra que hizo Alberto, mi compañero de curso y que al igual que yo, recibió el ministerio del lectorado el pasado 17 de noviembre, espero les sea de ayuda.
Preparación
de la palabra. II Domingo de Adviento.
Alberto Quintero.
Apreciados
hermanos, en este segundo domingo
de Adviento, la liturgia de la palabra nos
hace una llamada de atención a los creyentes que esta entretejida en expresiones
de hondo consuelo, introducidas por el desierto, de donde viene la salvación[1].
El pueblo de Israel reconoció en Juan
la voz que clama en el desierto.
En
el tiempo de Adviento, también nosotros estamos llamados a escuchar la voz de
Dios, que resuena en el desierto del mundo a través de las Sagradas Escrituras,
especialmente cuando se predican con la fuerza del Espíritu Santo.
Ahora
bien, me llama poderosamente la atención las palabras del apóstol San Pedro que
escuchamos en la segunda lectura "Dios tiene mucha paciencia porque no
quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan"[2]
No quiere el castigo del pecador, sino su arrepentimiento. El Dios de
misericordia que no condena, ni reprocha, ni nos hace mala cara, viene en busca
de la oveja perdida.
Mientras prosigue el camino del Adviento,
mientras nos preparamos para celebrar el Nacimiento de Cristo, resuena en
nuestras comunidades esta exhortación de Juan Bautista a la conversión.
Es una invitación apremiante a abrir el corazón y acoger al Hijo de Dios que
viene a nosotros para manifestar el encuentro de Dios y los hombres.[3]
Es
curioso que dos evangelistas, San Marcos y San Juan, junto con el autor del
Génesis, coincidan en iniciar sus textos inspirados, por la palabra principio.
Marcos comienza: "Principio del evangelio de Jesucristo" (1,1); Juan:
"En el principio existía el Verbo" (1,1); y el Génesis en su inicio:
"Al principio creó Dios el cielo y la tierra" (1,1). Todo indica,
pues, que está naciendo, principiando un mundo nuevo para el que hay que
prepararse.
La
unidad literaria de San Marcos, al que pertenece el texto evangélico del
segundo domingo de Adviento es una breve introducción al anuncio de la Buena
Noticia de Dios. La Buena Noticia viene preparada por la actividad de Juan
Bautista (Mc 1,2-8).
En
los años 70, época en la que Marcos escribe su evangelio, las comunidades
vivían una situación difícil. Desde fuera eran perseguidas, por el Imperio
Romano. Desde dentro, se vivían entre dudas y tensiones. Algunos grupos afirmaban
que Juan Bautista era igual que Jesús[4].
Otros querían saber cómo debían comenzar el anuncio de la Buena Noticia de
Jesús. En estos pocos versículos, Marcos comienza a responder, narrando cómo se
inició la Buena Noticia de Dios que Jesús nos anuncia y cuál es el puesto que
Juan Bautista ocupa en el proyecto de Dios
Mediante
el Evangelio, Juan Bautista sigue hablando a lo largo de los siglos a todas las
generaciones. Sus palabras claras y duras resultan muy saludables para
nosotros, seminaristas de nuestro tiempo, en el que, por desgracia, también el
modo de vivir y percibir la Navidad muy a menudo sufre las consecuencias de una
mentalidad materialista. La "voz" del gran profeta nos pide que
preparemos el camino del Señor que viene, en los desiertos de hoy, desiertos
exteriores e interiores, sedientos del agua viva que es Cristo.
Todo,
en la liturgia de la palabra que estamos meditando, nos habla de preparación.
De preparación nuestra para un acontecimiento único, grandioso y de absoluta
trascendencia para los hombres. Sin exagerar, podemos decir que se trata de la
preparación más importante en que cabe pensar. Estamos implicados, en cuanto
hombres y de un modo más expreso en cuanto cristianos, en el acontecimiento de
la venida de Dios a la humanidad. Que no es algo que puede interesarnos o no;
que nos puede parecer más o menos valioso, según las circunstancias de cada
uno; que, en definitiva, reclama en alguna medida nuestra atención y nuestro
empeño. No, el acontecimiento de la Encarnación es el único que puede,
dependiendo de la actitud personal y libre ante él consumar nuestra vida en la
única plenitud que le es debida por voluntad de Dios, nuestro Creador.
Todos
a través del Sacramento del Bautismo
somos profetas, llamados a preparar el camino al Señor en nuestro propio
corazón, aterido tantas veces por la falta de fe, la dureza con el prójimo, la
mediocridad de aspiraciones o el aburrimiento espiritual. Aun así el Maestro
nos llama para preparar el camino, enderezando el sendero, como lo describe el
profeta Isaías, sobre todo en el en
nuestra sociedad donde reina la
incredulidad, el olvido de Dios, en la cultura de la muerte actual que ataca a
nuestra humanidad.
Consecuentemente,
ser profeta no es fácil, nunca lo ha sido. El profeta también se encuentra
traspasado por la Palabra, pero es consciente de ello. Sabe que las frases de
Dios necesitan tiempo para ser escuchadas. Los verdaderos profetas no se
desesperan ni se amargan, de ahí que su mensaje esté lleno de vida y esperanza
más que de dolor y tristeza. El profeta no hiere con sus interrogantes sin
respuestas sino que sana de muchas dolencias a los que rodea con su humildad y
sus certezas.
Por
tanto queridos hermanos faltan puentes y
yacimientos de bien, esperanzas sinceras, en ese mundo, que es el nuestro, para
introducir en sus recintos la luz y la esperanza de la próxima venida del
Señor. Por la cual, ¿cómo va a proclamarse este mensaje, si no existen
mensajeros? Es por lo cual que se exige de nosotros una preparación autentica e
integra en la formación Sacerdotal. Para poder dar repuesta de nuestra
esperanza en el Mesías.
Como
vemos, la liturgia del II domingo de adviento nos invita a meditar sobre la esperanza, a creer que en medio de las
dificultades, de las persecuciones, de las realidades más duras de la vida; es
posible un futuro mejor, porque el Señor es fiel a quienes asumen los valores
de la verdad, de la justicia, de la fraternidad. Todas estas esperanzas que nos
invitan las lecturas, como cristianos, las leemos en Jesús, sobre todo en este
tiempo de espera alegre de la Navidad, espera de un nuevo mundo. Que nuestra
esperanza sepa dar testimonio ante el mundo de que un futuro mejor, en medio de
las difíciles condiciones de nuestra realidad, es posible.
·
¿Qué situaciones de desierto
existen en tu vida?
·
¿Por qué crees que cuesta
tanto el proceso de conversión interior?
·
¿Cuáles son tus actuales
mayores obstáculos para que Cristo nazca en tu corazón?
·
¿Qué lugar ocupa la
esperanza en tu vida?
Que
la Virgen María nos guíe a una auténtica conversión del corazón, a fin de que
podamos realizar las opciones necesarias para sintonizar nuestra mentalidad con
el Evangelio.
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