El agradecimiento es la memoria del corazón

20:10


En estos días he estado de vendedor de libros; esta es una forma de auto sustentación que hemos implementado en el seminario, los resultados han sido buenos. Fui a la Villa del Rosario una pequeña ciudad aun con mucho tinte pueblerino que esta a hora y media de camino de mi ciudad natal, fue muy grata y provechosa la estadía allí. Gracias Seños.

Hoy se nos presenta en la liturgia la realidad de la lepra. Según el diccionario enciclopédico Ibalpe 2004, esta es una enfermedad bacteriana infectocontagiosa, producida por el bacilo Mycobacteruim leprae, descubierto por Hansen en 1688. Se localiza preferentemente en la piel, mucosas y nervios, adonde llega por medio de la sangre.

Se conocen dos tipos: La lepramatosa, de evolución rápida y muy contagiosa que provoca caída de las cejas, infiltración de párpados y labio, y mutilaciones de los miembros; su pronóstico es muy grave; la lepra tuberculoide forma placas en la piel, que se van extendiendo, invasión de nervios, y atrofia de los músculos dependientes. El tratamiento más adecuado, que puede durar de 2 a 8 años, es a base de sulfonas, que dan excelente resultado.

El evangelista San Lucas nos presenta a los diez leprosos (17:11-19). En la Biblia comentada de Nacar-Congua nos refiere que Cristo, en su camino hacia Jerusalén, pasa entre Samaría y Galilea. Parece que va a tomar el camino del este, hacia el Jordán y la Perea; allí darán a conocer su presencia. Este dato podría indicar que al evangelista le interesa más un enfoque teológico que cuidadosamente geográfico. El motivo de no atravesar directamente la Samaría era el odio que éstos tenían contra los judíos, causándoles toda clase de vejaciones, máxime cuando iban a Jerusalén en las fiestas de “peregrinación.”

Al entrar en una aldea le salen al encuentro diez leprosos. Estos tenían que vivir alejados de las gentes, incluso en los poblados. La desgracia los hacía juntarse, aquí incluso judíos y samaritanos, para hacer más llevadera su suerte. También hasta ellos había llegado la fama de Cristo. “Desde lejos,” como tenían mandado hablar a las gentes (Lev 13:45; Núm 5:2) le piden los cure. Cristo les manda ir a “mostrarse a los sacerdotes,” que eran los encargados de certificar oficialmente la curación. Así estaba preceptuado en la Ley. Se encaminaron a Jerusalén, el samaritano al Garizim, y “en el camino quedaron limpios,” término con el que se expresa la curación de la lepra. Era lógico que, al sentirse curados,” corriesen a cumplir el precepto, llenos de gozo de volver a los suyos y de quedar rehabilitados socialmente, ya que la lepra la consideraban castigo de Dios. Pero entre tanto gozo, igual que el de estos nueve judíos curados, estaba también el gozo de un samaritano. El odio del judío al samaritano era proverbial. Pero este samaritano volvió para dar gracias a Cristo por su curación. Al modo oriental, “postrado (de rodillas), rostro en tierra, le daba las gracias.” Y Cristo ratifica la curación de aquel hombre por su fe — y gratitud — en El. Pero, al mismo tiempo, hace notar que los otros nueve, judíos, no han vuelto para dar gloria a Dios, agradeciéndole a El el beneficio que acababa de hacerles.

La fe — confianza — se hace extensiva a todos. Cristo, Mesías, es el bienhechor de todos. Este pasaje habla bien claro de la misericordia universal de Cristo, complaciéndose especialmente en destacar el buen corazón del odiado y despreciado samaritano, como el de la parábola. Pero el tema no es tanto el milagro como la gratitud a Dios por sus obras y sus dones.

Ahora bien, de que lepra debemos ser nosotros curados? Cuál es mi actitud ante la misericordia diaria del Señor? Tantas cosas se nos regalan de balde y casi nunca nos acordamos de dar gracias postrados en oración ferviente al dueño de todo. Pidamos al Señor que nos cure, nos sane y nos de la salvación y que podamos ser agradecidos. Amén.

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