El altar, en la tradición cristiana, no es simplemente una mesa. Es mucho más que eso. Es Cristo mismo, la piedra angular sobre la cual se edifica la Iglesia. Como nos recuerda San Pablo en su carta a los Efesios (2,20), estamos "edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular el mismo Cristo Jesús". Así, el altar se convierte en el símbolo tangible de la presencia viva y redentora de Jesús en medio de su pueblo.
Además, el altar evoca el sacrificio de Cristo en la cruz. Es sobre este "ara" espiritual donde se actualiza, de manera incruenta, el único y eterno sacrificio de amor que nos reconcilió con el Padre. Cada Misa es un memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, y el altar es el centro visible de este misterio de fe.
Finalmente, el altar también simboliza la mesa de la Última Cena, donde Jesús compartió su Cuerpo y su Sangre con sus discípulos, instituyendo la Eucaristía como el alimento para el camino de la fe. Es la mesa de la comunión, donde nos encontramos con Cristo resucitado y nos unimos a Él y a nuestros hermanos en la fe.
Considerando estas profundas significaciones, el beso del altar adquiere una nueva dimensión. Es un acto de veneración y respeto hacia Cristo presente. Es un saludo afectuoso a Aquel que se entrega por nosotros. Es un reconocimiento de su sacrificio redentor y de su presencia real en la Eucaristía que pronto se celebrará.
Este gesto inicial nos invita a todos los fieles a entrar en la celebración con una actitud de reverencia y apertura. Nos recuerda que no estamos participando en un simple acto social, sino en un encuentro sagrado con el Misterio Pascual de Cristo. Al observar al sacerdote besar el altar, somos llamados a renovar nuestra propia fe y a reconocer la centralidad de Cristo en nuestras vidas.
Así, el beso del altar al inicio de la Misa se convierte en una puerta de entrada a la riqueza simbólica de la liturgia. Nos anima a ir más allá de la superficie de los ritos y a descubrir las profundas verdades de nuestra fe que se expresan a través de estos signos sagrados. En cada gesto, en cada símbolo, se nos revela el amor incondicional de Dios y su deseo de encontrarse con nosotros en lo más íntimo de nuestro ser.