Seguimos sembrando.
9:02Cuando el silencio no sólo se oye, sino que se respira, uno comprende que la paz no siempre es ausencia de ruido. A veces es el eco profundo del corazón, ese que late esperando… mirando a lo lejos como el padre del hijo pródigo.
O como el labrador que, tras dejar la semilla en la tierra, ya no tiene más que esperar. Y esperar duele. El cansancio no es pecado. Es humanidad. Es señal de haber amado, servido, insistido, más allá de lo que parecía posible. Y sí, después de tanto vaivén, de tanta siembra y camino, uno también se fastidia. A veces ni las horas pesan. Solo pasan. Y en medio del vacío, el alma balbucea: "¿Dónde estás, Señor?"
Y sin embargo… Él está. En la oración sin palabras. En la presencia sin respuestas. En ese kairos que no se mide con reloj, sino con fe. Así como Asiria no vino a rescatar a Israel, hay auxilios que no llegan de donde esperamos. Pero hay un Rey que no falla. Y es tiempo de levantar su bandera. No la del ruido ni del poder, sino la cruz gloriosa de quien venció muriendo.
Hoy el alma se parece a esas manos del campesino: descansan, sí, pero no están inactivas. Cambian el arado por la semilla, porque la luna corre ligera, y el tiempo apremia. El cielo se cubre de nubes oscuras, pero el agua viene con el amanecer, y los vientos —aunque aún fríos— ya traen la promesa de alegría.
En medio de este silencio lleno de todo, una certeza golpea suave, como brisa de madrugada: “Confía en el Señor.” Y eso basta. No porque el dolor se disuelva, sino porque Dios no abandona a los que siembran entre lágrimas.
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