Corazón con entrañas.

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Hay momentos en la vida pastoral donde el alma queda al descubierto. No por debilidad, sino por amor. Cuando uno ha dado el tiempo, la escucha, los desvelos, la oración... y lo ha hecho sin reservas, por Cristo y por los suyos, esperaría —no premios, eso está claro—, sino al menos coherencia. Y sin embargo, a veces lo que queda es el silencio, la distancia, el olvido.
Se siente como un “revolcón emocional” —esto por no usar palabras más folclóricas— porque no es una herida que viene de afuera, sino del mismo lugar donde uno puso más amor. Suena cursi, sí, y tal vez quejoso, pero es real: es el dolor de haber sembrado en tierra que parecía fértil, o al menos posible, con atisbos de esperanza… pero que ahora no da señales de vida. Ni brote, ni flor, ni fruto. Solo vacío. Y no sé si es la angustia del pastor que mira a lo lejos y no ve venir a las ovejas por las que entregó tanto.
Entonces el alma, gota a gota, se llena de rabia, de decepción, incluso de soberbia —que uno sabe que no debe tener, pero ahí está—. Y toca batallar, orar, resistir… porque duele, y duele más cuando hubo amor. El amor de verdad también sangra. Y llega el tiempo del “no sé”, de esas estaciones del alma en que uno solo puede mirar al cielo y decir: “Tú sabes, Señor. Tú estuviste allí. Dame paciencia y fortaleza espiritual, porque con esta fuerza del cuerpo, soy capaz de cualquier disparate.”
Pero hay algo más grande que el cansancio: la certeza de que lo sembrado con fe jamás se pierde. Ya lo dice el salmista: “Los que siembran entre lágrimas, cosecharán entre cantares” (Sal 126).
Hoy no entiendo muchas cosas. Pero sé que cuando se ha dado de verdad, algo queda. Aunque no lo vea, aunque mis ojos no alcancen la cosecha, Dios sí. Y en su tiempo —que no es el mío— hará florecer aquello que el amor sembró con esperanza.
No dejaré que el dolor me endurezca. No dejaré que el desánimo me robe la ternura. Porque si el Hijo de Dios amó hasta el extremo... yo también quiero seguir amando, incluso cuando duela. Claro, es complicado, difícil y cuesta arriba… pero "el Señor es mi heredad".


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